Es cada vez más frecuente que las grandes visiones del mundo dominantes a lo largo de la Modernidad se vean completamente descalificadas con el argumento de que todos los intentos por materializar sus ideales se han saldado con inequívocos fracasos. La primera que recibió este reproche fue la que se...
Es cada vez más frecuente que las grandes visiones del mundo dominantes a lo largo de la Modernidad se vean completamente descalificadas con el argumento de que todos los intentos por materializar sus ideales se han saldado con inequívocos fracasos. La primera que recibió este reproche fue la que se suele calificar como la izquierda de la Ilustración, directamente cuestionada por el hundimiento de la forma política más importante que adoptó en el siglo XX, el en su momento denominado socialismo real. Al fracaso representado por la caída del Muro no han dejado de sucederle otros, a su vez de diverso signo (guerras, contrarrevoluciones, violaciones de los derechos humanos, desastres ecológicos, crisis económicas?), pero teñidos de parecida negatividad desde el punto de vista de la emancipación. El resultado ha sido que también han terminado cuestionadas aquellas visiones del mundo que se creían todavía a salvo de la refutación, con la del liberalismo, incapaz de generar una sociedad mejor, en lugar muy destacado. En su conjunto, la totalidad de tales fracasos no ha hecho más que asentar en el imaginario colectivo una doble sensación, la de que ni las herramientas teóricas heredadas nos permiten entender la realidad social, ni atinamos con la forma adecuada de relacionarnos con ella. Antaño nos creíamos capaces de ambas cosas, lo que explica que, por contraste, ahora tendamos a representarnos nuestra situación presente en términos de derrota. De ahí los adjetivos que nos definen y en los que más nos reconocemos: resabiados en el terreno de las ideas y resentidos en el de la práctica (especialmente política). Un benjaminiano probablemente definiría así el signo de estos tiempos: nos ha tocado vivir entre escombros.
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