No hay duda de que las cartas de Gustave Flaubert, al mismo tiempo que nos informan de sus peripecias vitales y de sus opiniones contundentes sobre diversos asuntos, constituyen un eficaz complemento de su obra narrativa por la profundidad de sus reflexiones y por su estilo impecable. En La religión...
No hay duda de que las cartas de Gustave Flaubert, al mismo tiempo que nos informan de sus peripecias vitales y de sus opiniones contundentes sobre diversos asuntos, constituyen un eficaz complemento de su obra narrativa por la profundidad de sus reflexiones y por su estilo impecable. En La religión del arte se nos presenta una breve selección (se conservan 4.500 cartas) que abarca cincuenta años de escritura, desde las primeras a su amigo Ernest Chevalier, en las que ya desde la infancia muestra una asombrosa precocidad y una decidida vocación literaria, hasta las de sus últimos años. Destacan las enviadas a su amante Louise Colet, llenas de observaciones sobre cuestiones estéticas y en las que asistimos al proceso de escritura de Madame Bovary. Sin olvidar las que escribió durante su viaje a Oriente, tan decisivo en su vida, o las remitidas a escritores como George Sand o Iván Turguéniev. En ellas encontramos ideas brillantes, juicios sumarísimos sobre la estupidez humana y frases memorables, pero sobre todo la sublimación del arte, de la literatura, como salvación personal.
«Creo que la correspondencia de Flaubert constituye el mejor amigo para una vocación literaria que se inicia, el ejemplo más provechoso con que puede contar un escritor joven en el destino que ha elegido». Mario Vargas Llosa
Autorretrato epistolar de uno de los grandes escritores europeos. Miradas sobre la sociedad, la vocación literaria y la búsqueda de un estilo propio.
Gustave Flaubert. En el siglo que afianza la novela como género, destaca la figura de Gustave Flaubert (Ruan, 1821-Croisset, 1880), uno de sus máximos representantes europeos, puente entre el romanticismo y el realismo. Su obra más célebre (una obra maestra) es Madame Bovary (1856), por la que fue llevado a juicio acusado de ofensas a la moral. Su búsqueda de la palabra exacta y su minucioso trabajo estilístico pueden quizá justificar una producción escasa. En Salambó (1862) se acerca a la novela histórica y exótica, para volver a lo contemporáneo en La educación sentimental (1869). En 1874 publicó La tentación de San Antonio, obra de la que redactó tres versiones. En 1877 aparece Tres cuentos, y póstumamente (1881) Bouvard y Pécuchet, un análisis de la estupidez humana, que fue una de sus preocupaciones. Se definía como un «hombre-pluma» por su intensa dedicación literaria, pero también como un monje en la aspereza solitaria de su retiro en Croisset, que interrumpía a veces para sus reuniones parisinas con Théophile Gautier, los hermanos Edmond y Jules de Goncourt y Guy de Maupassant.
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