Un diario notariza el tiempo ilegal, el que duele, el que deja al diarista sumido en las tinieblas y que en el futuro servirá, por un lado, de validación de datos, hechos y justificación de la conducta del «narrador», y por otro para que algunos lectores se reconozcan y lleguen a apreciar la luz que...
Un diario notariza el tiempo ilegal, el que duele, el que deja al diarista sumido en las tinieblas y que en el futuro servirá, por un lado, de validación de datos, hechos y justificación de la conducta del «narrador», y por otro para que algunos lectores se reconozcan y lleguen a apreciar la luz que parecía faltar en algunos textos de honda oscuridad. También en este documento elegíaco, un réquiem de lluvia ácida, Antonio Cruz es testigo, padre, poeta, traductor, prófugo del amor y desterrado: «Sólo escribo cuando hay muerte y dolor a mi alrededor, y cuanto mayor es, más y mejor escribo».
En estos diarios, que comienzan en 2014 y acaban en los primeros días de 2020, Ámsterdam, que es una de los protagonistas, aparece con un pasado luminoso, donde la felicidad tenía su jardín, y con un presente y futuro oscuros y tenebrosos donde la muerte y el olvido tienen su huerto. Nos encontramos con Bach, Rembrandt, Descartes, Liszt, Spinoza, Billie Holiday y una nómina de poetas holandeses que enriquecen este diario y lo hacen imprescindible para conocer un periodo crucial de la literatura neerlandesa.
Posiblemente las mejores páginas del texto, donde afloran el dolor, la ternura y la alegría del diarista, sean las que hablan de sus hijas, cuando el autor se embelesa reflejado en la mirada de Noa, en la sonrisa de Sophie, es ahí donde nos hacemos participes de la angustia de un padre.
Ámsterdam es una ciudad maldita es una dolorosa confesión, un viacrucis en una ciudad donde la lluvia es la cruz a cuestas en la soledad del diarista, una amarga reflexión de convivencia y el derrumbe de un hogar, pero es también un diario poético, crudo, real, amargo, nostálgico, alegre y triste. En él resuena el dolor de Antonio Cruz, de un hombre desamparado, cuya «existencia es una forma de elegía»
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