Un cinéfilo adolescente en el franquismo es el subtítulo de La Huella en los ojos. El cinéfilo es el autor. Este libro consiste por ello en una memoria autobiográfica. Y en cierto modo documental. Al texto ?recuerdos, películas, vivencias- acompaña siempre el contexto: Anuncios, noticias, curiosidad...
Un cinéfilo adolescente en el franquismo es el subtítulo de La Huella en los ojos. El cinéfilo es el autor. Este libro consiste por ello en una memoria autobiográfica. Y en cierto modo documental. Al texto ?recuerdos, películas, vivencias- acompaña siempre el contexto: Anuncios, noticias, curiosidades, dolores, sorpresas, escándalos, pruebas de que aquellos años oscuros fueron reales. Aunque hoy parezcan una pesadilla. Los cines existían, para descanso y engaño del adolescente en cuestión, pero la verdad de fuera, de alrededor, de encima y de abajo, el país y su precariedad, sus mordazas, sus absurdas formas de vida, no eran menos verdad. Cotejando ambas realidades, la de la vida y la del sueño, transcurren más de diez años de franquismo. Todo él fue posguerra. Y lo que duraría, más allá de los márgenes de esta crónica. Una larga guerra cruenta precedió a una lamentable posguerra interminable. Pero quienes lo disfrutaron lo saben: Ahí estaban los cines. Donde comer pipas, ver películas, y coger, con suerte, la mano al chico o chica que les gustaban. En la pantalla Rita Hayworth, Cantinflas, Stewart Granger, Carmen Sevilla? En las butacas ?o en entresuelo, o en ?general?- ellos, nosotros, el autor, bebiendo mentiras. Con las que se pudo sobrevivir. La memoria de unas películas, de unos espectadores, pero también de unos locales que en su mayoría ya no existen. Aquí se recogen muchos de esos fantasmas. Y desde la doble perspectiva de la capital y la provincia. Fiel a su experiencia personal, Juan Tébar sitúa la acción en La Coruña y en Madrid, dos tramas paralelas, coincidentes, o consecutivas, que comparten el material filmico, el duelo y la resignación del pais, y las ilusiones que a veces se conformaban con ver nadando a Esther Williams o batiéndose en duelo a Scaramouche.
José Luis Borau, uno de los mejores conocedores de todo aquello, nos hace el honor de prologar esta memoria.
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