El jardín perdido es un tratado singular. Es, en cierto modo, una «biografía botánica». Las pasiones y las amistades de Jorn de Précy, los jardines que conoció y a los que más amó conforman una delicada filigrana. Los temas que trata desentonan
con la literatura sobre los jardines de la época. De ahí, quizás, el impacto limitado del libro. Impreso en una única edición de dos mil ejemplares por cuenta del autor, al publicarse no apareció ni una sola reseña en la prensa especializada. Pero aquellos
dos mil ejemplares siguen circulando. Es posible toparse con uno de ellos, manchado de tierra, en un mercadillo de segunda mano, en una pequeña biblioteca de provincias o en el salón de uno de los fieles adeptos de Jorn de Précy diseminados
por el mundo. Greystone fue su obra maestra. Según el decir de sus contemporáneos, el lugar era inquietante y maravilloso. Claude Monet, que lo visitó en 1906, escribe: «El jardín del señor De Précy ofrece cuadros de un encanto intenso e indefinible que llega directo al corazón. Lo salvaje se mezcla constantemente con lo
artificial, el sueño con la realidad». El título del ensayo alude tanto a la marginación del jardín en el mundo moderno como a la inquietud de su autor respecto a su futuro incierto. Desgraciadamente, los temores de Jorn de Précy resultaron fundados y, tras la muerte de Samuel, su jardinero y único heredero, el jardín cayó en el abandono y pronto se convirtió en una selva. Nada queda hoy de él, salvo algunos viejos cedros y el trazado de los senderos principales, desde su transformación en un hotel de lujo en los años cincuenta, asfaltados y bordeados de begonias, las flores que De Précy más odiaba.