Lo que distingue a los pecados mortales ?o capitales? no es su gravedad, sino su poder para generar otros pecados. Podríamos describirlos en términos no teológicos como estados de ánimo nocivos que tientan a los hombres a cometer una variedad de actos malvados: la codicia puede fácilmente conducirnos al chantaje o el robo, la ira al asesinato o la piromanía, la pereza a la desesperación y el suicido. Aunque sin duda hemos avanzado mucho desde que santo Tomás de Aquino se explayara sobre el poder abominable de los siete pecados capitales, en la vida moderna no faltan ejemplos de los estragos causados por dichos estados nocivos y sus derivados: la avaricia como una de las causas de las desigualdades materiales entre países y personas, el fanatismo y la violencia resultantes de la soberbia y la ira, o la indiscreción y la calumnia como criaturas nacidas de la envidia. De hecho, comparados con los actuales, los viejos pecados con los que se inculcaba a los niños el horror al fuego eterno desde que aprendían a andar parecen casi virtudes.
¿Qué pasaría si pusiéramos la hipocresía, la crueldad, la corrupción, el esnobismo, la santurronería, la cobardía moral y la malicia en una balanza frente a los otros más antiguos? Los autores de estos siete ensayos, algunas de las mentes más agudas del pasado siglo, nos invitan a refl exionar sobre estas cuestiones, tan vigentes hoy como cuando sus peligros fueron enunciados para prevenir a los monjes de lo perniciosos que podían resultar en la vida de clausura. Lo hacen con un humor y una benevolencia signifi cativos ?propios de las personas cultivadas?, pero no por ello dejan de agitar nuestra conciencia: ¿si hemos logrado esquivar los originales, significa que estamos libres de sus hermanos «menores»?